Este concepto nació en mis primeros talleres con mujeres, en el Espacio de Igualdad María Zambrano, cuando fuí testigo de la energía que se producía entre todas las alumnas en cada taller de creatividad.
Llegaban llenas de inseguridad, con el ánimo bajo o el pulso acelerado, cada una con su historia y su mochila y, después de cada clase, se marchaban empoderadas, relajadas y con una sonrisa de oreja a oreja.
A mí, como profe, me sucedía lo mismo. Nos dimos cuenta, día a día, de que aquellos momentos eran como una terapia, nuestras manos eran poderosas y sanaban heridas y la sororidad del grupo hacía magia.